ACTUALIZACIÓN, 22/JULIO/2023: Ya no pienso así.
A veces ocurren ciertas acciones en la vida que nos hacen reaccionar de una forma u otra a las personas. Cada persona es un mundo y hay quien puede derramar una taza de café nada más empezar el día y sonreír mientras limpia. Yo personalmente suelo mentar a la madre de una pobre meretriz y mientras limpio pensar: "¡Bien empezamos!". Pero las cosas cambian, las personas también y yo no soy ninguna excepción.
Cuando nacemos, yo diría que somos como "robots" y que desde ese momento nos vamos convirtiendo en lo que ahora somos. Yo creo que es como si evolucionásemos psicológicamente frente a todas esas circunstancias de la infancia, como la influencia de los padres (o la ausencia de ellos) en nuestro día a día, el colegio en el que aprendemos y los profesores que nos enseñan, los niños que están a nuestro alrededor y comparten sus ideas con nosotros, debatiéndolas fervientemente, etc.
Mientras nos formamos, poco a poco vamos cambiando muchas cosas: el Ratoncito Pérez es sustituido por el amor, los cuentos de hadas por la pura y cruda realidad y el sueño de ser astronautas pasa a la historia (para la mayoría) para dar lugar a lo que todos anhelamos: la felicidad.
Todos estos cambios, junto con las circunstancias de vida en las que nos hemos encontrado y nos encontramos, hacen que nos sometamos a un proceso interno de "metamorfosis" de un tiempo indeterminado. A este proceso se le llama comúnmente "madurar". Técnicamente (según la RAE), 'madurar' es "adquirir pleno desarrollo físico e intelectual", pero me parece una definición demasiado simple, sin explicación concreta.
Entre otras cosas, para mí madurar significa cambiar, pero no tiene porqué necesariamente ir ligado con ese rasgo positivo que le hemos connotado. Y es que para algunos madurar significa ser más responsable, tener dos dedos de frente, saber administrar el dinero, comprender que no se puede tener todo lo que se quiere y entender que si te caes, te levantas. Pero madurar solo significa aprender. Y para ello hay que acumular experiencia.
La experiencia (personal), cuando nos enseña cosas, no suele hacerlo de manera agradable. Pero cuando las aprendes, sabes que no volverás a tropezar con la misma piedra (a no ser que esté por ahí metido el amor, punto débil de todos y todas).
Después de tantas caídas, uno aprende a mantenerse en pie, aunque sea sobre una alambrada de espinos, pues el sendero de la vida es peligroso y hay lugares donde caer puede ser fatal, así que es importante tener los brazos alerta en todo momento. También es imprescindible portar como única cota de malla la desconfianza, que protege de las famosas "puñaladas por la espalda" lo máximo posible, aunque siempre deja marca.
La verdad es que ahora estando como estoy, creo que no puedo quejarme (en cuanto a afecto): tengo a gente que me quiere y a la que quiero. Pero a causa de tantas puñaladas traperas, no sé cómo abrirme del todo a la mayoría de ellas. Eso sí: poniéndome a pensar en las personas que quiero, me he dado cuenta de que hay tres (ni uno más, ni uno menos), que estarían en todo momento conmigo a muerte. Confío plenamente en esas tres personas. De hecho, si mi alma fuese una bola de cristal muy delicada, se la daría a cualquiera de ellos, porque sé que estaría a buen recaudo.
A parte del proceso de madurez, creo que a lo largo de la vida se dan más etapas de metamorfosis, que tienen la misma forma de evolución que la primera y no son más que un acúmulo de experiencia que en cierto momento se ve reflejado en esa alteración de la forma de plantarse ante las situaciones que le presenta la vida. Y es por eso que cuando esta mañana llegaba tarde a un sitio, me hice un
Cola-Cao a toda prisa y se me cayó todo por la mesa y, en lugar de meterme con la pobre señora, he sonreído por dentro mientras limpiaba el desastre que había montado.
Soy un chico afortunado.
Mario Lee
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios son agradecidos. ¡Tu opinión cuenta!