No recuerdo el tropiezo, sólo la caída. Precipitarme a una velocidad discontinua; a veces a mil por hora, a veces a tres, pero caer a fin de cuentas. Y no poder hacer nada para detenerla. No poder subir, por más que agitara mis brazos y piernas.
Según pasaba el tiempo, veía el cielo más y más lejano, hasta que la luz se convirtió en un punto microscópico que jamás desapareció.
Según pasaba el tiempo, los ruidos y las voces del exterior fueron apagándose hasta que lo único que pasé a escuchar era el leve silbido de mi caída y mis propios gritos de auxilio.
Cuando la caída era veloz, tenía la sensación de que en cualquier momento me estrellaría contra la superficie. Pero cuando era lenta, era todavía peor, porque aprovechaba para erguirme e intentaba nadar hacia arriba, pero era como ir a contracorriente.
En todo momento, una fuerza invisible me empujaba hacia el fondo. En ocasiones, sentía como me abrazaba. Me presionaba tanto el pecho, que llegaba a asfixiarme por unos instantes.
Al final del "viaje", caía a toda velocidad para, justo antes de tocar ese fondo, parar en seco y después impactar contra él...
Sentí que tenía toda la cara ensangrentada y me dolía todo el cuerpo. Me levanté poco a poco, palpando el suelo, que era rocoso, áspero y húmedo.
No podía ni tan siquiera ver mi mano delante de mí. Si al mirar arriba no se siguiera pudiendo apreciar esa diminuta luz que confirmaba que hay algo más allá de este lugar, la oscuridad sería absoluta.
Di toda la vuelta a aquello y pregunté si había alguien más conmigo, pero la única respuesta que recibí fue la de mi propio eco, que primeramente me asustó.
Grité todo lo que pude. Fue en vano; no hubo respuesta alguna.
Al cabo de un rato, me senté, apoyado en la pared, y me puse a llorar. Daba igual lo que hiciese, nadie podía verme u oírme. Al menos eso era lo que creía...
Y entonces empecé a escuchar risas burlonas espantosas y chillidos desgarradores que estremecían todo mi cuerpo y se clavaban en mi alma. Pude divisar lo que parecían sombras de lo que asemejaban a su vez ser demonios, con ojos blancos como única apreciación...
Comenzaron a lanzarse hacia mí. Se quedaban a centímetros de mi ser, gritándome o riéndose en mi cara.
Jamás me han atacado físicamente, pero sus gritos y risas logran, de algún modo, reabrir una y otra vez todas las heridas que me había ido haciendo en mi caída, de las cuales muy pocas han conseguido cicatrizar adecuadamente a día de hoy. Es como si usasen algún tipo de magia negra.
Llevo años sin salir de aquí abajo. El Pozo me asfixia; es claustrofóbico. Sus demonios me consumen. Es como si se alimentaran de mis energías; cuanto más débil me siento yo, más fuertes son ellos.
En el Pozo, he aprendido a mantener la cordura por medio de la locura. He creado luces, he pintado las paredes de todos los colores que conozco y hago que cambien continuamente y he imaginado historias de Amor, Amistad y Aventuras...
Pero en el fondo da igual lo que haga. Estoy atrapado en el Pozo y los demonios han aprendido a atacar mi propia realidad, a oscurecer mi nueva "casa". Destruyen las historias, apagan los colores y "se tragan" la propia luz en cuestión de segundos, como si fueran agujeros negros con consciencia propia.
Yo no puedo hacer nada contra ellos. Me petrifican...
Cuando aparecen, me invaden de miedo, desconsuelo, frustración, desesperanza...
De odio...
De dolor...
De Tristeza...
Aunque por lo general me atacan en grupo, hay veces en las que viene uno en solitario y puedo defenderme algo más.
Entonces, pienso en mis luces en todo momento, sin olvidarme de ninguna de ellas...
Cuando grita, grito yo más fuerte que él...
Cuando ríe, le ataco, y aunque mis puños y piernas lo atraviesan, poco a poco va disminuyendo el tono, hasta quedar en silencio y desvanecerse hasta fundirse con la Oscuridad del lugar, que recupera "mis" colores y luces...
En ocasiones, funciona. Otras no.
A veces viene otro demonio "al rescate" del primero y me atacan juntos. Se me complican las cosas, pero con el paso del tiempo, he aprendido a sobreponerme a situaciones como ésa.
El problema viene cuando me atacan más de dos a la vez, porque no me da tiempo a controlar el "Momento"...
No puedo acallarlos a todos a la vez. Y si me centro sólo en uno, los demás prosiguen con su ataque, y llegan más y más demonios hasta rodearme totalmente y darme la sensación de que ocupan todo el Pozo, lo cual estoy convencido de que es más que una simple sensación...
Siento que hay tantos, que incluso los tengo encima de mí, flotando...
Al final, me petrifican...
Me bloqueo...
Me siento en el suelo y me encojo abrazando mis piernas y escondiendo la cabeza entre ellas, hasta que poco a poco se van marchando y me quedo solo, dejando, claro está, mi cuerpo lleno de cicatrices abiertas. Y entonces rompo a llorar...
Me siento débil y lo odio. Me odio...
Me odio por no poder luchar contra ellos de manera más efectiva. Por dejar que me hagan daño, cuando ni siquiera me ponen un solo dedo encima...
Me odio por no ser capaz de llamar a las luces a que me protejan, porque ellas son todo lo que tengo y no quiero que vean esa parte de mí...
Me odio por no encontrar la manera de salir del Pozo...
Ha pasado mucho, mucho tiempo. Pero ya no estoy en el fondo del Pozo.
No sé qué coño estoy haciendo, ni si lo estoy haciendo bien, pero no me queda otra...
Estoy escalando. Subo sin cesar colocando mis manos y pies, que están llenos de cortes y durezas, entre los huecos que encuentro entre piedra y piedra...
La fuerza invisible sigue empujándome hacia abajo, pero ahora yo soy más fuerte que ella...
Es muy cansado pelear con ella, porque aunque soy sorprendentemente más fuerte a día de hoy, ella nunca se detiene; siempre sigue empujándome hacia abajo...
Sigo llenando cada parte por la que voy de colores. Colores que a veces vienen a apagar los demonios...
Suelen hacerme resbalar un poco, pero logro no caer al fondo...
Nunca he vuelto a tocar el fondo. Es más; si miro abajo, veo que se ha perdido entre la Oscuridad.
Me animaría, pero cuando miro arriba, veo la luz prácticamente igual de microscópica...
Ya no me asustan realmente los demonios o nada del lugar, porque sé que puedo salir...
Pero hay algo que me da mucho, mucho miedo...
Sé que puedo salir, pero no sé si me va a dar tiempo...
El Tiempo...
Cuando pasa es tan lento como martirizador, pero cuando se marcha, es tan fugaz y efímero como la vida de una mosca de mayo...
No sé de cuánto dispongo...
Eso es lo que me da miedo; no poder alcanzar nunca el Exterior...
No poder salir, sentir que el aire ya no pesa y poder correr y saltar por un lugar que no me aprisione...
Los demonios saben que me voy...
Atacan con menos continuidad, porque su hogar es el fondo del Pozo, pero con mucha más fuerza que antes y, aunque ahora logro resistirlos mucho mejor que en el pasado, a veces me bloqueo y tengo que recordar no soltarme de las piedras. Porque si me suelto, caeré.
Y si me caigo, se acabo; no seré capaz de volver a salir...
No del fondo...
Muchas veces me imagino el Exterior para darme fuerzas a seguir cuando no sé de dónde sacarlas...
Aunque creo que nunca lo he llegado a ver (y si lo he hecho, no lo recuerdo), sé, de alguna manera, que allí hay un lugar de ensueño, donde lograré todo lo que me proponga.
Allá donde los demonios no puedan perseguirme.
Donde no haya Pozo.
Donde no tenga que imaginar los colores, porque ya existirán de por sí.
Donde seré Feliz.
Ojalá me aparecieran alas para poder salir volando de aquí.
DEYZ, Anixel