ACTUALIZACIÓN, 22/JULIO/2023: No voy a releerla, pero creo que el relato es bonito, si bien necesita una mejor redacción, que es el motivo por el que me da rabia releerla.
Tan cerca...
Ni un milímetro separaba nuestros labios aquella helada mañana.
Tan lejos...
Nuestros corazones estaban a más de ciento cincuenta millones de kilómetros, que es aproximadamente la distancia que hay desde la Tierra al Sol.
¿Puedo calcularlo acaso?
Supongo que no existen medidas para algunas cosas, como los sentimientos...
O la carencia de ellos.
Pero supongo también que aquella distancia, aquel espacio invisible que había entre los dos, fue lo que había entre nosotros: no era un muro; no había nada bloqueándonos, simplemente era un vacío helado, tan frío como aquella mañana, pero no tanto como el escalofrío que invadió todo mi cuerpo cuando lo comprendí.
Aquel beso fue mortal.
Al comienzo sentí que aquellos labios eran la tela más suave del Universo y de un dulce como la miel.
Pero mientras disfrutaba de aquel instante, si es que se le puede llamar instante, porque fue como si el Tiempo en sí se hubiera detenido y sólo existiéramos ella, yo y el fuerte viento que había en las calles de aquel pueblo de mala muerte, pero que no nos molestó, como un destello de Luz, a mi cabeza llegó la idea.
Entendí que lo que para mí estaba siéndolo Todo, para ella no significaba Nada; nada más allá de intentar hacer lo correcto en su cabeza, pero sin acercar su corazón al mío ni un milímetro. Y comprendí que más de ciento cincuenta millones de kilómetros de viaje no podía hacerlos solo; que no soy capaz de viajar a casi trescientos mil kilómetros por segundo.
Y al sabor dulce de aquel beso, se añadió el ácido de la cruel idea de que ella nunca podría sentir lo mismo por mí que yo por ella por más que se esforzara, para poco después sentir que también se volvía amargo por el inmenso dolor de lo que acababa de entender completamente...
Nuestras vidas acaban de comenzar y ya anhelan caminos distintos.
Caminos que nos separan a más de seis mil kilómetros y seis horas de luz solar.
Vidas con múltiples propósitos y sueños totalmente opuestos con una improbabilidad de cruce prácticamente garantizada.
Y cuando aquel beso acabó en un agradable chasquido, si bien dicen que después de los besos no hace falta añadir ningún comentario porque ya está todo dicho, después de aquél no fue necesario más que mirarnos a los ojos para entender nuestros mutuos sentimientos cruzados.
La frustración de que aquello tan bonito nunca podría llegar a ocurrir...
El cariño tan especial que nos tenemos...
La tristeza de que algún día a uno no le sería tan sencillo como llamar al otro para poder estar juntos...
Y la alegría. La alegría de que fuéramos adónde fuésemos y lo mucho que nos alejáramos, ambos sabíamos que no importaban ni la distancia física ni la que existía entre nuestros corazones.
Porque, aunque ella jamás pueda amarme de la manera en la que yo siempre la amaré, sé que guardará mi recuerdo en un rincón muy especial de su corazón y que yo haré lo mismo con el de ella.
Y es que a pesar de que el Sol y la Tierra están separados por casi ciento cincuenta millones de kilómetros, existe una conexión entre ellos que perdurará algunos miles de millones de años más al menos.
Nos sonreímos, dedicándonos la emoción, pero al mismo tiempo la incertidumbre de lo que encontraremos en los caminos de nuestras vidas, para acabar por fundimos en un abrazo que pareció eterno.
Y digo que lo pareció porque de nuevo no pude calcularlo; estaba inmerso en el momento y de nuevo el Tiempo se había detenido para mí.
¿Qué más dan las distancias y el Tiempo si de todo lo que disponemos es de un momento concreto y un puñado de recuerdos?
DEYZ, Anixel