ACTUALIZACIÓN, 22/JULIO/2023: Mucha paja, no lo voy a leer.
Remontémonos al 16 de julio de 1950, a eso de las tres de la tarde en el Estadio Maracaná, Río de Janeiro. Allí se disputa el partido que decidirá al nuevo campeón del mundo: Brasil o Uruguay.
La primera llega a la cita como clara favorita a ganar el partido: con un juego bonito con el que se ha cargado en la ronda final a las selecciones de Suecia (7-1) y España (6-1); contando con una auténtica olla a presión de casi doscientos mil aficionados (con muy pocos uruguayos en las gradas); y valiéndole tan sólo el empate para alcanzar el triunfo, ya que Uruguay ha empatado con España (2-2) y ha ganado muy justito a Suecia (3-2).
Los distintos periódicos ya afirman la victoria brasileña y se venden todo tipo de camisetas, atuendos y decoraciones en general de los supuestamente inminentes campeones del mundo. Se llega a los puntos más increíbles en los que se hace entender que una victoria visitante es simplemente imposible.
Juan López Fontana, el entonces seleccionador uruguayo, pide a sus jugadores que jueguen de manera defensiva, para evitar una derrota humillante. Pero el capitán del equipo, Obdulio Varela, dejó claro a sus compañeros lo que ocurriría de hacer eso: "Juancito es un buen hombre, pero ahora se equivoca. Si jugamos para defendernos, nos sucederá lo mismo que a Suecia o España".
Están a punto de saltar al terreno de juego cuando se escuchan todas esas voces corear a su selección desde los túneles, intimidando probablemente a la uruguaya, lo que llevo a Varela a decir la épica frase: "Muchachos, los de afuera son de palo. Que comience la función". Entonces, empezó el partido.
La primera parte finalizó con empate a cero tras numerosos ataques de los poderosos delanteros locales, que buscaban acabar con el partido con una goleada. Aún así, la afición seguía encantada, pues el resultado le valía a Brasil. El júbilo aumentaría cuando dos minutos después de comenzar la segunda parte, marcasen los locales (se llegaron a tirar petardos), y no se detendría con el empate en el minuto sesenta y seis de Schiaffino.
El silencio llegaría con una jugada rápida en el setenta y nueve. Varela se la pasa a Ghiggia, quien se la entrega a Julio Pérez y vuelve a recibir. Alcides Ghiggia se va de Bigode y realiza un disparo que como una bala se coló entre el poste y el guardameta, y que como una bala apagó las casi doscientas mil almas que allí habían.
Los uruguayos defendieron el 1-2 de forma excelente, y cuando el árbitro señaló el final del encuentro, ocurrieron cosas bastante curiosas, dada la completamente inesperada victoria visitante, pero vamos ya a la moraleja de todo esto...
¿Qué fue lo que provocó la derrota de Brasil? ¿El hecho de subestimar a
la celeste, que ya había sido campeona del mundo en una ocasión, ocho veces de la
Copa de América y de dos títulos olímpicos? ¿El conformarse con el empate a uno? ¿La mala suerte? Nada de eso...
La pregunta más bien debería estar formulada del siguiente modo: ¿Qué fue lo que provocó la victoria de Uruguay, si lo tenía todo en su contra? La respuesta es simple: el coraje; el coraje de Varela que alentó a sus compañeros a creer en la machada, por mucho que los pronósticos estuviesen en su contra. Y cuando llegó el segundo gol, lo imposible se comenzó a tornar real.
Por eso, quiero dejarle claro, querido lector, querida lectora, que si alguna vez tiene una meta que le parezca imposible, en la que todo el mundo le diga que no lo va a conseguir, en la que crea que no da la talla y/o en la que no vea que eso pueda ser siquiera real, si de ello depende parte o toda su felicidad, se deje el alma luchando por su meta y no permita que nadie ni nada puedan influenciar en sus decisiones. Y no se lo niegue. ¿Quién sabe? Puede que dé el
Maracanazo.
Mario Lee